jueves, 24 de junio de 2010

Zoo

     Lo raro fue una noche cuando, pasando por la puerta del zoológico, me siguió un león.
No lo vi hasta que sus pupilas brillaron como dos luciérnagas en un rincón lleno de sombra. Se incorporó, esperó que yo avanzara unos pasos más y comenzó a seguirme.
     Yo no sabía si era un león o el león del zoo, aunque si se hubiera escapado calculo que el alboroto se notaría ya pasado a mi derecha el planetario. Seguí caminando, como si nada, esperando que alguien en el camino levantara la vista, pegara un grito o se produjera quizás algún choque. Pero nada. Los autos pasaban a toda velocidad como siempre, nadie parecía notar la presencia del felino. No sé por qué, pero nunca pensé en detenerme, de alguna manera sentía curiosidad. El león me seguía calle abajo, sigiloso.
     De pronto, sentí la falta de su movimiento a mis espaldas. Giré la cabeza y lo vi parado duro, en posición de avanzar pero congelado, como un león de fuente. Un perro se le había acercado. Lo olfateaba con total naturalidad, sus patas, su pelaje, su cola, sus orejas, sin ladrarle. Lo rodeó un par de veces, levantó una de las patas traseras y lo meó, como si de un poste se tratara. El león, sin embargo, siguió impávido, como si su inmovilidad lo hiciera invisible. El perro se alejó y retomamos la marcha.
     Yo seguía sin entender como nadie se había percatado de la presencia del bicho en plena calle Rivera. Pasamos por una frutería iluminada con luces de neón. A plena luz alguien lo verá, supuse, pero no. (Incluso pensé en la similitud sonora de neón/león.) La bestia pinchó una manzana con una de sus garras y se la metió en la boca. No sabía hasta ese momento que los leones comieran manzanas.
     Seguimos caminando un par de cuadras más. Sólo yo había notado la presencia de aquél ser carnoso, enorme, mullido, peludo, rubio y dorado. Al llegar a la esquina de Rivera y 14 de julio el león se detuvo.
Se me acercó lentamente, tanteó mi mano derecha con el hocico, se la extendí. Abrió la boca y dejó caer la manzana en mi palma, entera, babeada, tibia. Bajó por 14 de julio hacia la oscuridad de la distancia, intenté seguirlo con la mirada lo más que pude pero se perdió en la penumbra de la noche, entre sombras de árboles y autos estacionados.
     Sostuve la manzana con baba de león hasta llegar a mi casa. La olí, y olía nada más ni nada menos que a eso: a manzana.

3 comentarios:

  1. me quedé pensando.
    cómo será el olor a león?
    como a gato?

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  2. Para mi es como olor a peluche. O una mezcla de lana con algodón.

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  3. El olor depende de si era UN león o EL LEÓN DEL ZOO.

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