miércoles, 5 de enero de 2011

Hors sujet #1

La mujer que no podía escribir lo que pensaba era muy infeliz. Se sentía inspirada, con las ganas, la predisposición. Pero no lo conseguía. Siempre que se disponía a que las ideas fluyeran en cascada primero por el cuello, luego por los hombros, brazos, codos, muñecas hasta sus manos sudorosas, un silencio súbito y pegajoso se apoderaba de todo aquel fluir.


Sólo fluían entonces lágrimas espesas, profundos espasmos de dolor en las arterias, venas y fosas nasales. Lloraba hasta que sus pies, sumergidos en la sal, pretendían moverse, sin éxito. Formaban pequeños círculos concéntricos en la superficie, que se disipaban en las patas de la mesa, como atados a ellas por hilos invisibles. Las lágrimas llegaban de pronto a las rodillas, cubrían sus muslos, su cintura, sus senos, sus hombros. Las ideas se liberaban y escapaban como renacuajos movedizos, como mojarritas de colores en la orilla de un lago. Ella intentaba cazarlas con las manos cerradas, pero las ideas se le escurrían entre los dedos. El agua le llegaba entonces hasta el cuello, la boca, las orejas; veía bajo el agua las ideas que nadaban sin rumbo, en actitud de no querer volver nunca más.



Sólo una idea recurrente: la falta de ideas.

Un bloqueo digno del más potente elemento coagulador sanguíneo. Las ganas de verla fluir para notar un poco de vida en su interior.

La necesidad creadora para combatir la destrucción. La ecuación tan peligrosa de la normalidad, la búsqueda de un yo que no sea yo.

Los recuerdos desordenados y chillones como gallinas de feria, enjaulados. Construcción a partir de ahora de los recuerdos futuros, que serán presente, hasta que sucumban ante la corriente poderosa del tiempo. Y se conviertan en lo que deberían haber sido desde un principio: recuerdos.

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