jueves, 26 de junio de 2014

HIPOVÍNCULO de Vika Fleitas Campamar


2.

Llegó con un aspecto sumamente desprolijo. Supe que no me había entendido cuando le pregunté qué quería tomar, porque miró a su alrededor y contestó que sí, que el día estaba hermoso. Frío pero hermoso, dijo. En la mesa de al lado, una chica leía a Vargas Llosa. Pedí dos cafés y una medialuna de jamón y queso. Muchas cosas habrán cambiado, pensé, pero no su gusto por las medialunas de jamón y queso.
Cuando por fin se concentró en mi conversación, vi en sus ojos el mismo vacío que la última vez. No me reconoció, por supuesto que no. Lo sé porque le conté que había tenido un hijo, su nieto, que lo habíamos llamado Francisco y que se parecía mucho a él. Apenas sonreía, y de a ratos, repetía que era un día hermoso. Al llegar la medialuna la miró con un deseo casi infantil y comió las dos mitades como un rayo. Quizás, hacía días que no comía. Le tendí una servilleta para que se limpiara las migas, pero no lo hizo; sólo me miró, miró el papel, me volvió a mirar y lo guardó en el bolsillo de su pantalón.

El vacío era el mismo. Sus ojos, sus manos, sus orejas eran las mismas, pero aquél señor desprolijo e impuntual ya no era mi padre. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario